viernes, 23 de diciembre de 2011

Tribulaciones del pitcheo o las 15 pulgadas del box

No pidas peras a la incompatibilidad aparente
No pidas peras (gratis) al tendero
No pidas peras en La Habana
Roque Dalton
Hay un axioma: el pitcheo es el 75 por ciento del beisbol. Es decir, el pitcheo es a la pelota lo que el agua a la Tierra. Lo que Cervantes a la lengua española. Lo que Michael Jackson al pop. Lo que Picasso al arte moderno. El pitcheo es imprescindible. Y una liga con malos pitchers, no puede gozar de buena salud.
Le falta un paradigma al beisbol cubano. Ahora todo el mundo, incluido los managers, habla de la especialización del pitcheo. Los holders, los setters, los closers. Los que aguantan, los que preparan, los que cierran. Ese, y no sin razón, es el tema de moda. Nadie que se precie de conocedor cuestionaría que sobre tales bases se erige buena parte del beisbol contemporáneo.
Una cosa es clara: los ilustrados como Da Vinci ya no pueden existir, y los pitchers de hierro como Aquino Abreu, tampoco. El conocimiento es tanto, y la pelota tan compleja, que cada cual debe adecuarse a lo que mejor le venga.
Pero -me temo- para especializar a los lanzadores, primero hay que tener lanzadores. Primero hay que contar con un staff. Los directores de hoy se contradicen. Promulgan una línea de pitcheo, y luego la incumplen. Sin embargo, muchas de sus decisiones no dejan de ser comprensibles.

Después vendrán los reproches. Que si abusaron de tal pitcher y ya no puede hacer el Cuba. Que si ayer abrió y hoy releva. Que si aquel no ha lanzado y lo puso solo un inning, no le tiene confianza.
Pero cuando el partido alcanza un punto climático, nadie está pensando en el futuro, ni en el prójimo. Todos los equipos quieren ganar. Pasa que casi ninguno tiene pitcheo. Y entonces, justo ahí, vienen las improvisaciones. ¿Por qué? Porque somos demasiados. Porque los problemas de fondo de la pelota cubana, sus cimientos movedizos, afectan incluso las cuestiones estratégicas, las más elementales decisiones tácticas.
Qué equipo, en este país, puede darse el lujo de mantener un staff de respeto, o por lo menos decente. Artemisa, quizás Villa Clara, no muchos más. Si la calidad se articulara, veríamos pelota de mayor nivel, juicios coherentes, espectáculo.
Pero no es así. Hay conjuntos con dos pitchers, o con un pitcher y medio, o ya, de plano, hay novenas sin un solo lanzador de probada calidad.
A pesar de las quince pulgadas en el box, el promedio colectivo, para los primeros quince desafíos, fue de 4.67 limpias por juego. Alto. Muy alto. Que roza las nubes. Y esto apenas en el comienzo. No obstante, dado el caso de que en algún momento las quince pulgadas se tradujeran en números aceptables, yo sé lo que tal cosa significaría. Un espejismo.
Tan antediluviana medida solo servirá de colorete. Porque en los torneos internacionales el box seguirá estando a doce pulgadas, y nuestros mejores pitchers seguirán sin enfrentarse a nuestros mejores bateadores, y nuestros directores, sin ser culpables, seguirán improvisando.
Alguien debe aclarar que el deporte es un divertimento, y que, como divertimento, debiéramos adentrarlo en los tiempos que corren. Solo así tendremos pitchers y especialistas y neurocirujanos del box. Es decir, artistas de la slider y la curva.
Las quince pulgadas es una altura propia del pasado. Y para colmo, efímera, sin vigencia alguna. Me temo que a este paso, con tantas reservas y temores, se vaya a terminar jugando al batos. Y nosotros, los espectadores, bailando nativamente el areíto.


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