Casi todas las personas viven la vida en una silenciosa
desesperación, llegó a escribir hace ya más de 150 años el poeta Henry Thoreau
en su ensayo Walden, un volumen que si lo extrapolamos al presente puede
servirle a muchísimas personas para percatarse hasta qué punto puede ser vil la
sociedad de consumo. Las palabras de Thoreau jamás se han diluido, solo que la
desesperación de muchas personas puede llegar a ser tan agobiante, que por
mucho que se expulse toda esa desesperanza o se calle, nada cambia el panorama.
Tragar en seco y tirar hacia adelante es lo que hizo el
pelotero Lerys Aguilera desde que pasaron varios meses de su llegada a
República Dominicana hace ya cuatro años. En junio ofreció una entrevista en la
que su agobio florecía. Había pasado mucho tiempo y ante promesas que solo se
quedaron flotando y evaporándose con rapidez, no tenía nada concretamente en
sus manos. Del sueño que tuvo en Cuba de jugar profesional no existía ni un
ápice de realidad.
Pero siguió ahí, en Dominicana, esperando que llegara
pronto su primera oportunidad, como esperaba cada día y le pedía a Dios, como
el creyente acérrimo que es. Los días pasaron y en octubre pasado se conoció
que el slugger cubano firmaba su primer contrato en una liga rentada. Jugaría
en el principal torneo de Nicaragua, con los Indios del Bóer. El chance que un
sinfín de veces rogó que apareciera, desde su más crítico estado de
frustración, le dio la mano por primera vez.