Es el objeto más hermoso de la historia de la humanidad. Algunos dirán que esta es una afirmación temeraria, pero estoy seguro de la veracidad de la misma.
La Copa del Mundo FIFA. El trofeo de un torneo de fútbol. La Gioconda, La Piedad, los frescos de la Capilla Sixtina, las Meninas, las Pirámides de Egipto, la torre Eiffel y el estadio del Everton son nada si lo comparamos con la escultura del italiano Silvio Gazzaniga.
Creo que la primera vez que la vi fue en Italia 90, en las manos de Andreas Brehme tras la victoria sobre Argentina en la final. Fue amor a primera vista. Yo era un niño, sin embargo la belleza de aquel objeto brillante me cautivó para siempre.
Al primer trofeo del Mundial se lo bautizó Jules Rimet, en homenaje al creador del torneo más importante del planeta. Hasta 1970, cuando Brasil se lo adueñó para siempre, aquella copa pasó por cientos de circunstancias problemáticas. Fue guardado en una caja de zapatos durante la guerra, fue robado y luego recuperado por un perro y finalmente, tras quedar en manos del maravilloso equipo de Pelé en México, fue fundido por ladrones.
La vida de su predecesor fue triste y terminó muy mal. Hoy la legítima Jules Rimet sólo se puede contemplar en fotografías. Por eso, el dorado galardón de la FIFA es el único ícono del triunfo que aún nos queda a todos los amantes del fútbol.
Pese a que no soy un experto en el arte de la escultura, creo que el trofeo es perfecto. La armonía de sus formas, su tamaño, su color. Cada uno de esos atributos forman un objeto maravilloso, hipnótico.
De todas maneras, quizás el verdadero efecto que provoca es el que tiene que ver con el triunfo, con el objetivo alcanzado, con el sueño cumplido. Para cualquier ser que sienta al fútbol como algo más que un pasatiempo, el Mundial es todo. Por eso, la obra de Gazzaniga genera tantas sensaciones.
La ficha técnica indica que el trofeo mide 36,8 cm de altura y está hecho con 5 kg de oro sólido de 18 quilates con una base de 13 cm de diámetro con dos anillos de malaquita. Pesa 6,175 kg y representa a dos figuras humanas sosteniendo al planeta Tierra.
A diferencia de lo que sucedió después de México 70, cuando Brasil se quedó con el trofeo tras ganarlo en tres ocasiones, la Copa FIFA nunca será propiedad exclusiva de una Selección. Cada campeón lo conserva en sus vitrinas durante cuatro años y luego debe devolverlo al país organizador del siguiente Mundial. Por eso, todavía quedan varios años para disfrutar de esta maravilla, ya que el espacio en la base para grabar los nombres de los ganadores se terminará en 2038.
Sólo unos pocos privilegiados pueden posar sus manos sobre su dorada superficie, ya que los únicos autorizados a tocar el oro italiano son los jugadores que alguna vez fueron campeones mundiales. Una regla que hace aún más grande su aura casi divina.
Como muchas veces cuando se habla de sentimientos, las razones de éstos son difíciles de expresar. Sin embargo, no tengo dudas en afirmar que para mi la obra que algún capitán levantará el próximo 11 de julio es el objeto más hermoso del planeta.
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