miércoles, 18 de mayo de 2011

MANUEL ALARCON GRANDE ENTRE LOS GRANDES.

Cuando la lista de jugadores de la selección Orientales es dada a la publicidad para el I Clásico Nacional 1961-62, con los apellidos Alarcón Reina, aparece el nombre de Manuel. Desconocido entonces, va ocupando espacios en los cintillos de la prensa plana, debido a sus excelentes demostraciones en el box frente a las novenas occidentales.

Por tal motivo es que tiene el honor de inscribirse rápidamente en el selecto grupo de los que forman el equipo Cuba, para los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Jamaica, 1962 y acto seguido en los Panamericanos de Sao Paolo, Brasil en 1963 y los Juegos Continentales de Winnipeg, Canadá, en 1967.

Desde su debut, el carismático serpentinero nacido en Canabacoa, municipio Manzanillo, se echa al público en el bolsillo, no solo por su calidad, sino también por esa manera tan singular de ejecutar el guainot, enseñando el número 17 colocado a la espalda de su uniforme.


“El Cobrero”, como cariñosamente le apodan, aún sin pertenecer a esa zona santiaguera, registra en su carrera deportiva un hecho grabado para la posteridad, haberse impuesto a Industriales 3 carreras por cero en el Latinoamericano, (en 9 entradas admite 3 hits y poncha a 10), en el juego crucial que le da a Orientales la corona en la VI Serie, el 12 de marzo de 1967.

La trascendental victoria de los indómitos dirigidos por Roberto Ledo, deja trunca la cadena de 5 títulos consecutivos conseguidos por el béisbol occidental y marca el principio de una nueva era en la correlación de fuerzas en nuestros certámenes nacionales.

En la actualidad, sigue presente la inolvidable frase acuñada por el propio Alarcón antes del decisivo encuentro, cuando al ser interrogado sobre las posibilidades de triunfo de Orientales, señaló: “Díganle que eso va pá llá, Que cierren la trocha y preparen el cocuyé”. Expresión que daba por segura la victoria.

En la flor de su carrera deportiva una lesión acelera su adiós de los montículos cubanos, que pierde así a uno de los grandes y más emblemáticos jugadores, en la historia de la pelota revolucionaria, al que siempre se le recuerda, corajudo, voluntarioso, dueño de la situación, desafiando en enconados duelos a los mejores artífices del picheo occidental.

Su último evento internacional es los Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá, en 1967, al que viaja como lanzador cabecera de la escuadra nacional.

En la VI edición, el 24 de enero de 1967, lanza el primer juego sin hit del pasatiempo nacional cubano, en partido desarrollado en la Ciudad Deportiva de Santiago de Cuba; donde Orientales supera a Las Villas 2x1. Y en la VII, implanta la primacía de 200 ponches dejando atrás los 126 de Rigoberto Betancourt, impuesto el año anterior.

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