Cuando Pierre de Coubertin, en una conferencia pronunciada en la Sorbona el 25 de noviembre de 1892, informó su proyecto y ensueño de restablecer los Juegos Olímpicos, existían conceptos y leyes como la siguiente, perteneciente al Amateur Athletic Club de Londres:
“Es amateur todo aquel caballero que no haya participado nunca en una prueba abierta accesible a todos o por el dinero procedente de las entradas al terreno o ventajas similares; que no haya sido nunca, en ningún momento de su vida, profesor o monitor de ejercicios de este género como medio de vida y que no sea obrero, artesano ni jornalero”.
Pierre había sufrido esa barbarie al intentar llevar remeros de Francia a competir en Inglaterra y viceversa. El origen “manchado”: obrero, artesano, jornalero de algunos lo impidió. Estas diferencias clasistas no nacieron con el capitalismo: existían en la contienda original.
Se han publicado muchísimas exageraciones y utopías sobre las batallas de Olimpia. Hay enseñanzas, mas cerremos la puerta al subjetivismo barato, a lo hiperbólico. El deporte en la Grecia citada- lo siguió siendo en Roma-era instrumento para formar al hombre deseado física y espiritualmente para las guerras; eso tenía más peso que la belleza, la pasión por la hermosura del cuerpo, lo cultural y estético de las lides musculares. En los Juegos solo participaban los ciudadanos (minoría), y en esta clasificación no cabían ni los esclavos (la inmensa mayoría) ni los bárbaros (los extranjeros). Las mujeres no podían asistir ni como espectadoras. Hubo tramposos- Nerón fue uno de ellos, en la fase romana- y crímenes; los ricos pagaban a atletas que los representaban, sobre todo, en las carreras de carros tirados por caballos…
Era el certamen que podía tener la sociedad en aquella etapa. Y fue un gran avance en relación con el comunismo primitivo, de fuerzas productivas atrasadas. La esclavitud- de productividad más alta-permitía cierto adelanto cultural, en bien de una minoría. Lo positivo sería heredado por la humanidad.
POEMA POR ENCIMA DE SÍ MISMO
Pierre de Coubertin fue el capitán de una embarcación, el olimpismo, que navegaba por aguas tormentosas amenazado por bastantes rocas. Supo vencerlas para que el buque continuara viajando hacia la gloria. En la lid inaugural, tuvo un enemigo peligroso: el primer ministro heleno Trikoupis, politiquero intrigante por poco echa por la borda el trabajo realizado. Negociantes, racistas, ladrones de músculos, nobles sin nobleza humana, fascistas, seres imperiales, chovinistas, tramposos, han golpeado duro al certamen desde entonces.
Coubertin cometió el error de no querer mujeres en la magna lid. Opinaba que ellas estaban mejor entre flores, bajo sombrillas para defenderse del sol, y cuidando niños. La vida lo venció: las muchachas llegaron en la segunda edición para quedarse por siempre ¡Cómo avanzaron! Las conquistas deportivas femeninas demuestran que no solo están bien para un jardín. Al batallador francés, como a todo ser humano, hay que verlo en su conjunto No se puede dejar de señalar las fallas, ni hay que tomar la acera del extremismo: a pesar de aquellas, el deporte moderno le debe muchísimo. Forjó un poema por encima de él mismo que lo inmortalizó.
El forjador del magno torneo moderno paseaba por el parque de La Grange en Ginebra (vivía en Suiza desde 1915) cuando un infarto le quitó la existencia, el dos de septiembre de 1937.Su cuerpo fue enterrado en ese país Una urna con su corazón embalsamado fue depositada en la estela de mármol situada para honrarlo en la entrada del Santuario de Olimpia.
Algo había muerto en él hacia buen tiempo: en Ámsterdam 1928, ya no era el máximo dirigente del Comité Olímpico Internacional. Incomprensiones, censuras, y otros golpes, hasta en su patria, le habían hecho bastante daño y decidió dejar el liderazgo de su gran pasión. El sucesor, Henry Baillet-Latour, mantuvo la línea trazada aunque la falta de aquel creador se sintió. Sus ideas, tan fustigadas más por el quehacer que por las palabras, son claras y revelan verdades necesarias, en especial, para una época donde tanto bandido vive del deporte y no para el deporte, vive del olimpismo y no para el olimpismo. Y, a pesar de ello, la actividad sigue siendo una manifestación cultural maravillosa.
VIGENCIA DE SU PENSAMIENTO
Debemos recordar, especialmente por su vigencia, lo que expresó en su Mensaje a la Juventud el 17 de abril de 1927: … Mis amigos y yo no hemos trabajado para daros los Juegos Olímpicos y hacer de ellos un objeto de museo o de cine, ni para que se amparen en ellos los intereses mercantiles o electorales…”
También señaló: En el mundo moderno, lleno de poderosas posibilidades, que amenazan al propio tiempo con peligrosas decadencias, el Olimpismo puede constituir una escuela de nobleza e integridad morales, el Olimpismo puede constituir una escuela de nobleza e integridad morales, y asimismo de fuerza y energías físicas; pero ello será a condición de que elevéis sin cesar vuestro concepto del honor y del desinterés deportivo a la altura de vuestro impulso muscular.
Consideraba el deporte como el culto habitual y voluntario del ejercicio muscular intensivo apoyado en el deseo de progreso y que puede llegar hasta el riesgo. Iba más allá: Es preciso que cada cuatro años los Juegos Olímpicos restaurados den a la juventud universal la ocasión de un reencuentro dichoso y fraternal, con el cual se disipará poco a poco esta ignorancia con que viven los pueblos uno respecto a los otros…
Por la masividad: …quisiera ver un lugar donde los concursos y los récords fuesen desterrados pero donde cada adulto en cualquier momento según su conveniencia pudiera, sin riesgo de ser espiado o criticado, dedicarse gratuitamente a los ejercicios más simples: carreras, saltos, lanzamientos, gimnasia, y por un precio razonable, practicar el boxeo, recibir una lección de esgrima, montar a caballo en un picadero o nadar en una piscina.
Contra el gigantismo y otras laceraciones: Hay que considerar la calidad del lujo, su vulgaridad lo transformaría en estéril y hacer más irritantes los contrastes sociales. Organizaciones más simplificadas, alojamientos más uniformes y más tranquilos y a la vez menos festejos. Sobre todo contactos más íntimos y más frecuentes entre atletas y dirigentes, sin políticos ni oportunistas que los dividan.
En enero de 1919 expresa: Todos los deportes para todos. He aquí una fórmula que va a ser tachada de locamente utópica. Pero me trae sin cuidado. Lo he repensado y meditado ampliamente y la considero justa y posible, de ahí que los años y las fuerzas que me resten serán empleados en hacerla triunfar.
Para aquellos que lo consideran un santón del amateurismo, va lo que también dijo en la mencionada ocasión: …pues lo que interesa es el espíritu deportivo y no el respeto a ese ridículo concepto inglés que solo permite que practiquen el deporte únicamente los millonarios… Ese amateurismo no es un deseo mío, sino una imposición de las Federaciones Internacionales. No es por tanto un problema olímpico. Las distinciones de castas no deben desempeñar papel en el deporte, pues pasaron los tiempos en que podía pedirse a los atletas que se pagasen sus viajes y alojamientos…
Con pasión declara: …durante mucho tiempo el atletismo renovado en el siglo XIX no ha sido más que el pasatiempo de la juventud rica y semiociosa. Nuestro Comité ha luchado más que nadie para hacer de él el placer habitual de los jóvenes de la pequeña burguesía y ahora debe hacerse completamente accesible al adolescente proletario. Todos los deportes para todos. Esta es la nueva fórmula, de alguna manera utópica, a cuya realización debemos consagrarnos.(Tomado de cubasi)
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