Rafa es hombre de club, más allá de unentrenador de banquillo. Le gusta la planificación global: desde abajo a arriba, un estilo de juego común para la cantera y los profesionales. Está de sol a sol trabajando, según el modelo de manager inglés. Dicen en Nápoles que si alguien quería ver a Benítez tenía que pasar por Castell Volturno, ciudad deportiva de los partenopeos. Allí estaba encerrado entre vídeos, informes, pizarras… Igual que lo hizo en el Inter y en el Chelsea, donde aterrizó tarde para llevarlo al éxito.
El técnico de Embajadores es, por si se duda, tan inflexible como dialogante. En Liverpool no dudó en expulsar del club a un jugador por falta grave, sin considerar que era de sangre española. Pero a esta mano dura que a veces no aparenta, le sigue una actitud abierta con el vestuario. Si el Real Madrid le extiende contrato, tendrá un entrenador moderno, con don de gentes, respetado en Europa, políglota para más señas y sobre todo de sangre madridista. No se sabe cuánto lleva dentro al club blanco hasta que se tiene la oportunidad de conocerle. La historia del Madrid es su Biblia de cabecera y con su doctrina de sacrificio y ejemplaridad ha ido triunfando por grandes clubes de Europa. Rafa deja Nápoles y tenía las maletas listas para caer en el City, pero de reojo miraba al Bernabéu esperando una llamada. Alguien, con buen criterio, ha convencido a Florentino de que reúne el perfil de entrenador ideal. Si cierran el acuerdo podrá venir con sus dos hijas y Montse, su mujer, a la que le tira mucho la ciudad de Liverpool. Pero la llamada del Madrid es el sueño de su vida. Vendrá a darlo todo, a ganarse con su currículum y ejemplo a un vestuario que empatizaba con Ancelotti. Rafa es listo, es un ganador, es madridista.
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